A veces recuerdo que estamos aquí sólo un rato,
y que por mucho que nos dure la vida, algún día nos miraremos en un espejo y
estaremos llenos de arrugas, y será casi inevitable no sentir el final más
cerca. Entonces me pregunto: ¿Por qué estar triste? ¿Acaso servirá de algo? O
vivir con miedo. O callándonos lo que por otra parte tan fuertemente nos
gritamos por dentro. ¿Acaso merece la pena permanecer con los ojos cerrados?
Rehuyendo la felicidad porque nos resulta más fácil acostumbrarnos a la
tragedia.
Y sabéis que no. No merece la pena.
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