Aprender a volar sólo depende de lo fuerte que me
agarres de la mano. O algo así. Tenía esa sensación porque, cuando me soltabas,
era como precipitarme violentamente contra el suelo. Puta gravedad. Ojalá
fueses tú, y no el sol, el centro del universo. O al menos de mi habitación.
Nunca encontré las palabras adecuadas para explicar que ese "te
quiero" escondía una llamada de socorro. Y no era egoismo, verás, porque
quería que me salvases, pero también quería salvarte yo. Fue la forma que tuve
de hacerte el amor antes de acostarme contigo. Y yo que empecé a creer en la
suerte cuando te vi sonriendo, aquella tarde, en aquel parque, a finales del
septiembre pasado, no sé si te acordarás. A veces tenía miedo porque mi vida
empezaba en el preciso instante en el que me enviabas un mensaje diciendo algo
como "Estoy fuera, sal ya". O cuando llamabas al timbre y era la
melodía más bonita del mundo. Que me aceleresases la respiración fue otra de
las formas que tuve de quererte mucho. No sé, cariño, no queda demasiado para
que termine el verano. Las hojas caerán, secas, de los árboles. Los atardeceres
volverán a ser especialmente hermosos. Caminaré por el parque, en silencio, y
las horas pasarán volando. Sin darme cuenta te echaré de menos. Cerraré los
ojos y aún nos veré, siendo felices. Felices... Hace mucho que no sé me ocurre
sonreír. No tiene mucho sentido hacerlo sin motivos, ¿verdad? Creo que esperaré
un poquito más, quizá a que empiece el otoño, siempre he creído que es una
bonita época para cicatrizar. Para olvidarte. Y espero que lo entiendes.
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