Me quedaba mirándolo. No sé si él lo haya notado pero yo lo
miraba como si no quisiera perderme de él ni un segundo… entonces pensaba para
mis adentros en lo mucho que me gustaba, en todo lo que lo amaba y en lo feliz
que me hacía. ¡Como si no fuera ya suficiente con quedarme mirándolo como una
tonta también me dedicaba a pensar en él!
Estaba tremendamente enamorada, en ocasiones me descubría
suspirando por él en la ducha, o en la biblioteca, y en el café, la calle, el
ascensor y la sala… en realidad me gustaba mucho; me gustaba más que leer,
muchas veces cambié las páginas de mis libros por un par de sus besos. Me
gustaba más que fumar o que el café, me gustaba más que sentarme en la sala a
pensar, me gustaba más que caminar por la calle sin un rumbo fijo… me gustaba,
incluso, más que escribir. Y lo amaba, sí que lo amaba. Lo amaba con todo lo
que me era posible amarlo, lo amaba con fuerzas que no tenía. Y también era mi
persona favorita en el mundo; no
había nada que me gustara más que estar a su
lado, ni había cosa que me gustara más que sus besos. No había nadie que me
gustara más que él… es bien seguro que habría dado el mundo por tenerlo a mi
lado. Lo habría escogido a él siempre, por encima de todo. De verdad me
gustaba, hallaba su presencia la cosa más perfecta y hermosa del mundo; cuando
llegaba a casa sentía como si se tratara del sol entrando por la ventana, y
cuando partía, mi mundo entero quería esconderse de la oscuridad que dejaba.
Tenerlo cerca era mágico para mí. Me encantaba sentir el aroma de su perfume
entrando a zancadas por mi nariz, amaba poder escuchar su risa, mirar su cara…
y no tengo palabras para describir el éxtasis que sentía cuando lo tenía aún más
cerca; cuando me besaba, ya fuera rápido o lento, tenía la capacidad de
imprimir la misma cantidad de ternura y pasión en cada beso. Amaba sus besos,
los largos y los cortos, los que incluían algún mordisco y los que no, los que
nos agitaban la respiración y los que no, los amaba. Amaba estar en sus brazos,
amaba la manera en que lograba consumirme tras cinco minutos de abrazo, amaba
que me encerrara, que aprisionara mi espalda… en ocasiones no podía contenerme
y lo abrazaba con fuerza, como si hubiera querido romperle las costillas y
fundirlo a fin de hacerlo pasar por mis poros. Amaba acostarme a su lado,
acariciarle las pestañas, la piel, pasarle los dedos por la espalda, sentirlo
cerca, tocarlo, besarlo, quedarme mirándolo a los ojos, besarle los párpados.
Me encantaba la manera en que me obligaba a pensar en él todo el día, me
encantaba sonreír por su culpa a cada instante, y extrañarlo, y anhelar sus
besos… y relacionarlo con cada poema, con cada novela y con cada canción de
amor que escuchaba. Simplemente me encanta, quería tenerlo a mi lado cada
segundo del día.
En ocasiones siento imposible que él hubiera sido mío, que
me hubiera pertenecido a mí… pero lo que sentí fue tan grande y tan lindo que
tuvo que haber sido real. Entonces, para sonreír de nuevo por su culpa, pienso
en lo mucho que me gustaba, en todo lo que lo amaba, y en lo feliz que me
hacía… no sé si él lo haya notado, pero realmente me hacía feliz.
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